Reflexiones acerca de la expresión corporal.

Las personas que convivimos con perros entablamos con ellos un proceso de comunicación constante. Como humanos, hemos desarrollado hasta el detalle la comunicación oral. Mediante el lenguaje conseguimos expresar pensamientos, emociones, sentimientos… También lo utilizamos para resolver necesidades más específicas como pedir un café o preguntar donde queda una calle. Por último, y aunque los demás ejemplos también lo consigan, lo hacemos valer para llamar la atención de manera conciente, gritando ¡cuidado! Si alguien no ve un peligro o llamando por su nombre a un amigo que camina por la acera de enfrente. Esta cualidad que hemos dado al lenguaje, sin embargo, ha producido un cierto desequilibrio en nuestras capacidades de comunicación: el usar con tanta frecuencia las palabras nos ha hecho menos “hábiles” para percibir y comunicar de otras maneras.

Los perros, como muchos otros animales, también se sirven de sonidos orales, pero con mucha menos frecuencia y en situaciones bastante específicas (existe un libro interesantísimo para indagar en este tema “¿Qué puedo hacer si mi perro ladra?” de Turid Rugaas). ¿Habéis prestado atención a cuantas veces al día ladran, gimen, aúllan o gruñen? ¿Y durante cuanto tiempo? Si lo analizamos en forma de porcentaje al día la respuesta seria muy poco. Y si finalmente lo comparamos con nosotros…

Los perros comunican constantemente. Nosotros también puesto que es imposible dejar de hacerlo. Lo hacen a través de señales y posturas corporales voluntarias y también de forma involuntaria con olores y tensión o relajación muscular. Del mismo modo perciben de forma continua, con los cinco sentidos, prestando mucha atención a cada estimulo por pequeño que sea.

Si queremos mejorar la comunicación con nuestros perros, entonces, debemos esforzarnos por ser mas concientes de lo que expresamos y por percibir mas atentamente.

Para los perros somos como un tablero luminoso. Nuestra fisonomía vertical hace que todo nuestro cuerpo se vea al mismo tiempo, eso nos permite una amplia variedad de movimientos. Nuestros brazos se mueven en todas las direcciones y a velocidad asombrosa. Cuando estamos nerviosos contraemos hombros, abdominales y glúteos, intensificamos la mirada, hablamos mas alto y sobre reaccionamos con facilidad. Todo un repertorio para alertar hasta al más despistado. Ellos, sin embargo, no tienen tantas posibilidades de expresión, y para remediarlo, han desarrollado su percepción al máximo para detectar cada detalle. ¡Imaginaos lo grotesco y desmesurado de nuestras reacciones ante sus ojos!
Al mismo tiempo, necesitamos mensajes muy evidentes para entenderles. A los perros no les gusta especialmente ladrar. Lo hacen solo si es muy necesario. Antes intentan expresarse con señales, posturas, poniéndose delante nuestro o rascando con la pata el comedero o la puerta. Intentar ser sutiles para mantener el ambiente en calma. Esto es lo mas importante para ellos porque saben que donde hay calma no hay conflictos (recomiendo leer el articulo “señales de calma: el arte de la supervivencia” de Turid Rugaas, publicado en el número  de esta revista).

Por todo esto:
Observa mas a tu perro, intenta ser mas sutil y sobretodo, presta mas atención a tu cuerpo y a que estas comunicando con él. ¡Actúa con el ejemplo! Si quieres calma, cálmate. Si quieres control, contrólate. Es divertido experimentar con que pocos movimientos puedes conseguir que un perro siga tu consejo ;)
Aprende mas, enseña menos. Sobre este tema, ellos son los que saben.

Nicolás Planterose.
Este articulo fue publicado en el numero 4 de la revista REC+

2 comentarios:

Amelia dijo...

Excelente artículo! Totalmente de acuerdo.

Generamos demasiado "ruido" y a altísimo volumen para sus oídos. ¿Cómo va a ser efectiva la comunicación sonora? ¿Y cómo no va a estresarles?

Vale la pena indagar sobre la importancia de la comunicación gestual con nuestros perros. ¡Seguro que nos llevamos más de una sorpresa!

Anónimo dijo...

Me ha encantado,tenemos que saber que estamos acompañados de un observador permanente, testigo de todos nuestros gestos cotidianos y asi aprenden de nosotros mucho más de lo que nos imaginamos.